«Aquí se cambia, aquí somos más humanos. El árbol es el Roque Bermejo, pero el fruto es cada acto que se ofrece a su sombra»
La que sueña o ve en sueños
Además de la actividad volcánica ocurrida hace medio millón de años y que dio forma a Tenerife tal y como hoy la conocemos, la isla la siguen esculpiendo, junto al viento y la erosión que provoca, corrientes de agua que descienden desde las cumbres hasta la costa. Estas quiebras o surcos, que vistas desde la perspectiva de un cernícalo o un halcón más bien parecen rasgaduras o grietas forjadas en la tierra, constituyen uno de los accidentes geográficos más importantes del Archipiélago Canario: nuestros barrancos. Y destaca entre ellos uno que descubrí en tiempos de pandemia que me invitó a soñar y a desprenderme de la densidad de épocas de confinamientos y restricciones. De hecho, Chamorga, que es el pueblo que ofrece el salto al barranco al que da nombre, significa en guanche ‘la que sueña o ve en sueños’.
Reserva de la Biosfera
El barranco de Chamorga se halla al pie del monteverde —bosque húmedo—, en las cumbres cubiertas de laurisilva y te invita, desde su inicio, a un sueño frondoso de dragos y balidos de cabras. Descenderlo es dejar el mundo atrás, soltar lastres y desoír el ruido que se estampa contra las fronteras de Anaga, hoy también parque rural y reserva de la Biosfera desde 2015, que protegen su macizo, costas, bosques y barrancos.
Las huellas de los antiguos pobladores
Recorrer su cauce de casi 5 km. es transitar una espiral en el tiempo, ser invitado a un encuentro e imaginarse tiempos remotos en el que los antiguos canarios habitaban sus cuevas, cuidaban sus tierras, celebraban festejos y se abastecían de sus pozas y de los barranquillos que la nutren.
La espiritualidad de la tierra
El mar se intuye de fondo. Lo esconden al inicio las escarpadas laderas del barranco y comienza a ser visible no mucho antes de llegar a “la casa del cura”, que sirve de atalaya y mirador desde la que se admiran la última franja del barranco, que desemboca en el pueblo de Lomo Bermejo, y la Hacienda de Anaga, antaño una finca, en la que se intuyen parcelas agrícolas hoy pertenecientes al Obispado de Tenerife.
Llama poderosamente la atención que, en tierras pertenecientes a la diócesis católica, ondee infatigable y amigablemente desde una de sus parcelas, una bandera budista que se esmera en darnos la bienvenida. Y si uno tiene suerte, además de la bandera, también un llamado pronunciado por un hombre atento y espigado que indaga sobre tus procedencias y te invita a tomar café.
Lorenzo Trujillo, el guardián del silencio
Este hombre atento y espigado se llama Lorenzo Trujillo, conocido por muchos como Corruco.
Lorenzo practica budismo Vajrayana desde hace más de catorce años. Se refugia en las parcelas de Roque Bermejo siguiendo los pasos, el legado y el amor que su hermano, ya difunto, profesaba por estas tierras. Las siente fértiles en paz, en tranquilidad y en los silencios que imponen sus montañas. «Son el medio perfecto para practicar, recibir, compartir…aquí somos más humanos. A mí me preocupa el ser que pasa por aquí» comenta.
La inexistencia de distracciones es fundamental para su práctica espiritual, para gobernar su vida y Roque Bermejo se ofrece altruista para hábitos de reflexión e introspección. «Aquí se cambia» matiza y yo intuyo lo mismo. Añade misterioso que «el árbol es Roque Bermejo pero el fruto es cada acto que se ofrece». A mí me es suficiente con admirar su paraje para sentirme marcado por su poderío y fuerza natural a través del sol que azota, del viento que avisa o de la lluvia que sorprende, todo aconteciendo intermitente, en poco más de dos días que pasamos, mi novia Pilar y yo, durante un mes de agosto.
Si tienes que pasar la noche, Lorenzo te muestra generoso los mejores rincones para acobijarte, dónde montar una tienda de acampada o el tarajal bajo el cual dormir a pie de playa, a cielo abierto.
Dar la bienvenida a todo
Las conversaciones surgen fluidas desde el primer apretón de manos y giran con naturalidad alrededor del ser, del amor, del desapego y de la compasión.
“Aprender a dar” prosigue. “Hoy en día es muy fácil tocarle el corazón a la gente, y ¿de qué sirve mi conocimiento si no lo comparto? “ Esta pregunta auto dirigida me habla mucho de Lorenzo, de sus inquietudes y de su corazón abierto a todo aquel que quiera compartir y ser escuchado. “Pero no puedes sacar si no llevas nada adentro” continua y yo asiento silencioso mientras admiro la profundidad de las marcas de su cara que caen misteriosas hasta sus brazos como los saltos de agua, que me imagino, se precipitan por el barranco recién descendido en épocas lluviosas.
Sigo escuchando sus reflexiones a la vez que admiro su huerto y su casa, que es una forma de colección de recuerdos y anécdotas, todos traídos de uno en uno, como las piedras y cantos que erigen su hogar.
La luz del presente
“¿Ves el faro?” pregunta dirigiéndose a Pilar, “ilumina porque los otros lo ven”. Lorenzo hace referencia al faro de Anaga, mítica linterna de Tenerife y yo, a estas alturas, ya he abierto mis sentidos y percepciones a todo aquello que tengo la suerte de que me ilumine en esta inigualable parte de la isla.
El faro, sin duda, nutre grandiosamente el ímpetu paisajístico, ya superlativo, de la zona, además de completar, con un elemento fuertemente metafórico, la cosmología de Roque Bermejo, al que no le falta de nada, ni siquiera naufragios de toda índole, y se conserva, contra viento y marea, para ser descubierta, transitando por el frondoso paraje interior de cada uno, de la mano de mi nuevo amigo Lorenzo Trujillo, “el Corruco”.