“Cuando comienzas a tocar tu corazón o dejar que tu corazón sea tocado, empiezas a descubrir que es insondable, que tiene propósito, que este corazón es enorme, inmenso, y sin límites. Comenzarás a descubrir cuánta calidez y dulzura hay ahí, así como el enorme espacio que lo habita.”
Pema Chödrön
Cierra los ojos e imagina una persona a la que quieres (si no te se ocurre a nadie, puedes pensar en tu mascota) y observa cómo esta persona está preocupada. ¿Qué harías? Posiblemente tratarías de consolarla. Piensa en detalle cómo lo harías, qué palabras utilizarías y cómo sería tu lenguaje corporal. ¿Abrazarías a esta persona, le cogerías la mano, por ejemplo?
Ahora imagina que la persona que está frente a ti eres tu mismo/a y observas cómo estás preocupado/a. ¿Qué haces normalmente cuando te encuentras así? ¿Qué te sueles decir y en qué tono? Trata de recordarlo con la mayor viveza posible y compara el cómo te tratas a ti y cómo tratas a alguien a quien quieres. ¿Hay alguna diferencia?
Con frecuencia somos más duros (e incluso crueles) con nosotros mismos que con aquellas personas a las que queremos. Se trata por tanto de empezar a vernos con otros ojos, el de la autocompasión, a través del entendimiento, el consuelo y de la bondad hacia uno mismo.
Pero el término de autocompasión es algo más que el ser amable consigo mismo. También incluye el vernos como parte de los demás, en vez de vernos como seres aislados. Sí, somos personas individuales, pero al igual que nosotros, los demás también sufren. Se trata por tanto de vernos conectados a los demás, entender que el otro es como yo, que no quiere sufrir y desea ser feliz.
Esta visión incluye necesariamente también el mindfulness, algo fundamental para tomar conciencia de cómo nos sentimos y detectar así, por ejemplo, que no nos sentimos bien.
El ser humano está genéticamente programado a dar y recibir consuelo y ayuda, pero a veces nos resistimos a ello por diferentes motivos. ¿Qué hacer entonces para hacer que esa semilla germine?
Para empezar, de forma consciente, perdonar a aquellos que me han hecho daño consciente o inconscientemente, pero también perdonarme a mi por todo el daño que he causado consciente o inconscientemente (aquí nuevamente se refleja el hecho de que somos iguales que los demás), tanto a otros como a mi mismo/a.
Igualmente, tenemos que empezar a tomar conciencia del lenguaje que usamos con nosotros mismos y dejar de castigarnos con nuestros pensamientos, para empezar a tratarnos como trataríamos a alguien a quien queremos.