Roque Faneque, donde vuela el tagarote

Estarán conmigo en que los seres alados han sido parte de nuestros mitos y leyendas desde tiempos ancestrales. Es tan grande el impacto que nos genera observar a un animal surcando los cielos, que nos conmueve y nos dispara la imaginación. ¿Recuerda la última ocasión en la que se quedó perplejo contemplando el vuelo de un pájaro? ¿Puede rememorar las sensaciones y emociones que evocaron el movimiento de sus alas o el deslizar de su silueta en el vacío? Yo considero que los humanos, desde los tiempos más remotos, hemos contemplado siempre a los seres voladores con una mezcla de admiración y sana envidia, al menos eso me sucede a mí, cuando respondo a la segunda de mis cuestiones. Admiración y sana envidia por la versatilidad y plasticidad de sus piruetas aéreas, por no poder disfrutar de tan esplendorosa perspectiva, por no ser capaz de sumirme en esa infinita sensación de silencio y paz a merced de las corrientes y el viento. Se preguntarán que tiene todo esto que ver con el emblemático punto de la geografía canaria del que hoy escribo. El Risco Faneque. Este coloso, esculpido en coladas basálticas por la acción perenne de la erosión, se encuentra en la zona noroeste de Gran Canaria y se puede contemplar toda su grandeza desde diferentes puntos, desde la costa de Sardina hasta el Puerto de Agaete. Quizá aún no lo sepa, pero estamos hablando del acantilado más alto de Canarias, de España y de Europa. Sus 1027 metros de caída libre hasta el mar lo colocan como el séptimo acantilado más alto del mundo, ahí es nada. Para comprender la sobrecogedora morfología de la costa oeste de Gran Canaria, desde el macizo de Tamadaba, pasando por Faneque, Tirma y demás cantiles que serruchan el cielo en esa parte de la isla, les daré un dato curioso que denota sus sobrenaturales y aserradas formas. El macizo occidental de la isla de Gran Canaria se conoce como “la cola del dragón”. Además de un monumento geológico, el Risco Faneque fue un lugar de culto para los antiguos pobladores de Gran Canaria. Posiblemente en los antiguos canarios se despertaron, contemplando y hollando su majestuosidad, las mismas impresiones que se generan en todos los actuales visitantes de este lugar. La etimología del orónimo faneque tiene varias explicaciones. Deriva, según unos, del término alfaneque (derivado del árabe al-fanâk) que, a su vez, es el nombre común con el que se conoce al tagarote o halcón de Berbería (falco pelegrinoides). Para otros podría derivar del bereber, en dos acepciones. La primera como derivación, de nuevo, de alfaneque estando constituido por el elemento “afa” (cumbre, cima), más el nexo propositivo “n” (de) y el lexema “ink” (piedra de hogar). La segunda acepción deriva de afarag (recinto, tienda o pabellón de campaña). Yo les invito a compartir el significado inventado que se adapta mejor a la vivencia que les quiero compartir. Para mí, el Risco Faneque es “La piedra más alta del acantilado desde dónde vuela el tagarote”. Ya ven que, como su propio nombre indica, Faneque es el lugar perfecto para simular las sensaciones de la experiencia de volar sin despegar los pies del suelo. Eso sí, primero tendremos que llegar hasta allí. Hay diferentes formas de llegar. Para los más intrépidos y exigentes podemos subir desde la playa de Faneroque o desde el barrio de El Risco. Otra variante podría ser saliendo desde el pueblo de Agaete, bien desde La Palmita o desde San Pedro. La opción para los más moderados, acceder en coche hasta Tamadaba y salir desde allí para evitar las exigencias de la ascensión. Independientemente de la ruta de acceso, el itinerario al extremo del acantilado no está exento ni de esfuerzo, ni de riesgo. Incluso en la variante más sencilla y corta en dos ocasiones deberemos descender y en dos ocasiones volver ascender para salvar las tres plataformas que constituyen el acceso al imponente mirador natural. Tras ascender el último escollo, que lleva por nombre “El paso de la piedra”, y atravesar la meseta del risco podremos contemplar el abismo a nuestros pies. La panorámica es tan conmovedora que te deja como el entorno, petrificado. Es un lugar mágico, místico. Una confluencia de la inmensidad salada del océano, el poder grávido de la montaña y la liviana libertad del cielo. Al sentarme, dejando que mis pies se apoyen en el vacío y notando la brisa que asciende por los riscos, solo puedo querer imitar al tagarote, ser como el alfaneque. Quizás allí sentado, contemplando el horizonte o sumergiéndose en la infinidad de arrugas que surcan la cara de la montaña pueda disfrutar del vuelo de alguna de las rapaces que habitan los cielos canarios, observar la arriscada orografía costera de lo que en el pasado fue territorio y morada del linaje de Fernando Guanarteme, o tal vez, detenerse a reconocer alguno de los endemismos botánicos del macizo de Tamadaba. Se me olvidaba, si en algún momento llega a hollar aquellos vertiginosos lares no olvide en rebuscar entre los mojones de la meseta. Podrá encontrar un libro de visitas, guardado en unos tapper de plástico. Los montaraces dicen que los dejó allí el Sr. Rastatún para que los osados visitantes pudieran plasmar sus impresiones ante tan magno acontecimiento visual. Yo siempre he escrito en ellos y luego he arrancado la página. Guardo para mí, y hoy para ustedes, los secretos de “La piedra más alta del acantilado desde dónde vuela el tagarote”. Faneque.

EL AUTOR

Isidro M. Sosa Ramos Soy de Gran Canaria, pero me engendraron en Fuerteventura. Pasé mi infancia y la primera parte de mi adolescencia en Madrid. Luego residí nuevamente en Gran Canaria, Fuerteventura y posteriormente me trasladé a Tenerife. Allí residí hasta 2018, para trasladarme ese año a vivir a Alemania. En las próximas semanas regresaré a vivir en Tenerife de nuevo. Tuve mi primer trabajo a los 14 años y, aunque mi profesión durante los últimos 25 años ha sido la de osteópata, he tenido tiempo para trabajar como educador, monitor deportivo, animador sociocultural, carpintero y cocinero. Soy un asiduo practicante de diferentes deportes, un enamorado de montañas y bosques, además de un viajero sin destino cierto. Por último comentar que la escritura es para mí un refugio y una vía de liberación. Como creo que en esta realidad en la que vivimos todo está íntimamente conectado, sé que la vida me da todo lo que le doy, dejándome disfrutar de mis errores y haciéndome pagar por mis aciertos.

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