Estaríamos en la inopia si pensáramos que podemos encontrar cualquier cosa en el extranjero que no pudiéramos encontrar en casa. Todo lo que necesitamos está en el aquí y en el ahora. El mismo Buddha encontró toda la realidad que requería sencillamente sentado en un solo sitio. Y viajar en busca de cualquier cosa es incluso una mayor invitación a la ilusión ya que las mismas expectativas se encargan tan fiablemente de derrotarse a sí mismas. En el cuento sufí ¨La llave de Nasrudín”, este maestro que se pasaba por loco, daba vueltas por las calles buscando su llave que había perdido en el salón. ¿Por qué? Porque hay más luz en la calle, decía, debajo de las lámparas.
Aun así, siendo conscientes de que hay pocas cosas que puedan reemplazar la quietud y la práctica contemplativa, este artículo trata de varios momentos en los que ilustres budistas decidieron emprender un viaje.
“Going out is really going in” – John Muir, naturalista escocés
El Dalai Lama, al enterarse de las trágicas secuelas causadas por un tsunami en marzo del 2011 en Japón, decidió ir a visitar a la gente de la zona más afectada que había sobrevivido. Había poco que podía hacer, a nivel práctico, para ayudar a aquellos que lo habían perdido todo, pero al menos les podría recordar que no estaban solos.
En todas sus apariencias públicas durante ese viaje, el Dalai Lama usó la palabra “peregrinación” muy repetidamente. “Una peregrinación – se le escuchó decir – es un viaje a la realidad, que son los hechos determinados por la vejez, el sufrimiento y la muerte, los cuales estamos obligados a observar y trabajar con ellos; una peregrinación es también un viaje hacia el otro, hacia los otros; una peregrinación es un viaje a la comunidad, al mundo y lo que posiblemente podemos compartir con otros.
Desde Basho a Thich Nhat Hanh, los budistas han viajado precisamente como recordatorio de la importancia de estar presentes, alertas, vigilantes….aunque innegociablemente fundamentando su práctica en la quietud. El movimiento físico no es de por sí transcendente pero puede ser el catalizador para ser sacado de uno mismo; una de las maneras más sencillas de sacudirse uno mismo, despertarse y liberarse de hábitos y suposiciones.
Una de las mayores historias “peregrinas” en cualquier tradición es, sin duda «El leopardo de las nieves», de Peter Matthiessen. En los albores de sus estudios Zen, Matthiessen acompaña a un zoólogo profesional a contar felinos en el interior del Dolpo y atestiguar una de las criaturas más raras y elusivas del mundo. Pero pronto nos damos cuenta, que también viaja para vislumbrar la locura de tal empresa (para él, que no es un zoólogo profesional). Está viajando para discernir las delusiones del viajar, para mirarle a los ojos al mundo y a la memoria de su joven mujer recién fallecida por cáncer, que tan fácilmente hubiera eludido si se hubiera quedado en casa. Viaja para ver cómo el budismo que está comenzando a aprender instruye y guía a los nacidos en la tradición; viaje hacia el aislamiento y las grandes alturas para enfrentar su propia ira, inquietud y ambición espiritual.
No llegó a ver al leopardo de las nieves, lo que hizo que su viaje mereciese la pena.
En otras palabras, no es emprender una peregrinación lo equivocado, sino el pensamiento de que podamos sacar algo de ello. La idea es la de convertirse en peregrino sin agenda alguna, sin esperanza de encontrar nada. De hecho, el problema está raramente en la actividad sino en las esperanzas y expectativas que se ponen en ellas; todo puede ser un peregrinaje, incluso un viaje a un pueblo de pescadores azotado por un tsunami, si es con un espíritu predispuesto y una clara atención.
También es destacable la humildad existente en el acto de peregrinar, muy similar al acto de hacer una reverencia; estás entregando tu propio camino para seguir donde otros han ido antes. Te pone en tu lugar y en perspectiva tus intenciones. Se hace comunidad, por supuesto, porque estás viajando con los demás, a través de siglos y continentes, que también han viajado a Bodhgaya o Sarnath, y más que nada, estás caminando en sus pasos y en sus zapatos.
Existen peregrinos en casi todas las tradiciones, pero Siddhartha Gautama, el «jefe» del Dalai Lama, era uno de los que más había destacado (en su ejemplo y sus palabras) la necesidad de dejar atrás el palacio dorado de uno para encontrar lo real y ver cómo vive la otra mitad (es decir, todos los seres sintientes menos tú). Incluso había tenido que dejar a las personas que amaba y la vida que conocía, como el Dalai Lama en 1959, para poder estar a su servicio. El propio Buddha, por supuesto, viajó durante seis años para ver a través de los señuelos de la austeridad y de la indulgencia, y para aprender lo que los maestros no podían ofrecerle y lo que él solo podía encontrar en sí mismo. Dormía en cementerios y en lechos de espinas; a veces comía solo un grano de arroz y, a veces, se dice, contenía la respiración hasta casi expirar.
Ese acto del viajar intencionado y consciente es lo que ha motivado a personas de todas las tradiciones a inspirarse en la figura y el camino de Buddha, tomándolo como un compañero de viaje que respondía a alguna intuición, aquello que decía que lo que vio en su recinto, no lo era todo, conscientes de que debe haber algo más en la vida que las recompensas externas y la noción de un éxito frugal.
El mismo Buddha encontró lo que tenía que ver sentándose quieto, pero incluso él tuvo que viajar para llegar a ese punto, para ver a través de los otros caminos que no conducirían a ninguna parte y, junto con los escritos de Peter Matthiessen, llegar finalmente al entendimiento de que la verdad que buscamos no está más allá que el vello de nuestros brazos.
Cristianos y musulmanes han protagonizado peregrinaciones grandes y clásicas, pero también individuos que siguen su propio rumbo. Pero es tal vez Buddha, tomando el “Camino Medio” quien nos recuerda que lo impreciso e ilusorio de nuestro destino es el amigo más especial de todo caminante. Aquellos que viajan con esta consciencia saben que es posible que no llegarán tanto al conocimiento sino más bien al sentido más profundo de su propia ignorancia.
Incluso después de llegar al árbol de Bodhi, Siddhartha tuvo que sentarse noche tras noche antes de finalmente despertar a la verdad que había estado llevando con él en todo momento.
“La exploración real y la verdad vienen de estar sentado en un sitio, discerniendo, entreviendo todas las delusiones y proyecciones que le endosamos al mundo, especialmente cuando asumimos que la vida real o el entendimiento están sucediendo en otra parte.”
Y luego, por supuesto, retomó la andadura de caminos y senderos, durante los siguientes 45 años, a través de las llanuras y ciudades de la llanura central del Ganges, solo para decirle a la gente que encendiesen las lámparas que llevaban dentro de ellos.
REFERENCIAS:
El arte de la quietud: el arte de no ir a ninguna parte – Pico Iyer
El leopardo de las nieves – Peter Matthiessen
El viaje a Oriente: una peregrinación alegórica hacia los límites de la realidad -Hermann Hesse
Las ocurrencias del increíble mullah Nasrudin – Idries Shah
Siddharta – Hermann Hesse
Tricycle – The Buddhist Review – portal web