8 claves para vivir a una velocidad saludable

Carl Honoré:

Periodista canadiense que es considerado por muchos como el precursor del Movimiento Lento (Slow Moviment). En el 2004 escribió el libro El elogio de la Lentitud, que fué un éxito de ventas internacional. En 2008, publicó un nuevo libro titulado: Bajo presión: Rescatando a nuestros hijos de la cultura de la hiperpaternidad, el cual quiere ahondar en algunas técnicas de crianza de nuestros niños y niñas más relajadas y menos intervencionistas: Paternidad lenta (Slow Parenting).

«En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder»

En un mundo donde la obsesión es hacer más y más en menos tiempo, la vida de muchos de nosotros se ha convertido literalmente en una continua carrera contra reloj. La velocidad no solamente se ha instalado en las cosas cotidianas; la comida rápida, los encuentros/citas relámpago, viajes exprés, el multitasking, etc sino que está comenzando a conquistar aquellas cosas que fueron pensadas para hacerlas despacio; yoga rápido, funerales exprés, cuentos para dormir en 1 minuto. Se nos ha olvidado como desenchufar, como desconectar, como entregarnos plenamente a otra/s persona/s, disfrutar plenamente del momento, poner toda nuestra atención en una sola cosa; se nos ha olvidado como desacelerar.

Los perjuicios de vivir aceleradamente se hacen evidentes en todos los aspectos de nuestra vida: la dieta, las relaciones afectivas, en la familia, nuestra salud física y mental, en la educación, por no mencionar el daño que hace a nuestra productividad y capacidad de trabajar, innovar, crear, pensar y reflexionar. Estamos corriendo por la vida en lugar de vivirla.

1. La lentitud no es algo negativo

Con el tiempo se ha ido forjando un tabú muy fuerte contra la lentitud. Lo lento se considera algo vergonzoso, irresponsable (en el ámbito laboral sobre todo) como sinónimo de estupidez, torpeza, incluso como algo ilógico. Esta creencia extendida e interiorizada hace que, cuando nos morimos por pisar el freno, cuando sentimos que nos haría bien bajar una marcha en nuestra vida, no lo hagamos por inercia, miedo, culpa o vergüenza.

Paralelamente, hay una idea asociada sobre la productividad que interpreta que la forma de ser más eficientes es haciendo las cosas cada vez más rápidamente; en el colegio, en el trabajo, etc. Esa es una de las grandes mentiras de esta cultura de la rapidez. Si siempre vamos rápido en el trabajo, haremos daño a nuestra salud, cometeremos más errores, seremos menos creativos.

Hoy en día, por todo el mundo, hay cada vez más gente que está desacelerando, ralentizando en todas las facetas de la vida.

Estas personas se han dando cuenta de que la creencia generalizada de que los que ralentizan y frenan son aburridos, estúpidos, infelices, poco modernos, y perdedores, es totalmente falsa. Es imperativo desmontar esta falacia y liberar a las personas para que puedan de una vez por todas retomar sus vidas.

Ralentizar de forma racional en los momentos adecuados, favorece que trabajemos mejor, cuidemos mejor a nuestros hijos y a nuestra pareja, comamos mejor… en definitiva, que vivamos mejor.

“La lentitud es un valor positivo, la paciencia sigue siendo una virtud, y en un mundo adicto a la prisa, la lentitud es un superpoder”.

2. Ser consciente de por qué vivimos tan aceleradamente

La cultura de la prisa es el resultado de un cóctel de factores y tiene raíces muy profundas (incluso se conecta/relaciona con las grandes dudas/miedos del ser humano):

Nuestra condición de seres mortales juega su papel. Todos tenemos un fin establecido y absoluto, nuestro tiempo es limitado y debemos aprovechar el tiempo que nos queda. Eso genera una cierta ansiedad existencial que ha estado presente en casi todas las culturas.

Históricamente, cuando el ser humano comenzó a medir el tiempo, también supuso un antes y un después en nuestra relación con el mismo y en la conciencia de su existencia y frugalidad. Al principio con los relojes solares, luego con los relojes en las plazas de los pueblos, se generaron expresiones donde el tiempo y la prisa comenzaron a formar parte de la cotidianeidad.

En las últimas décadas, la tecnología, sin lugar a dudas, tiene un gran impacto en la gestión del tiempo, precisamente para hacer más en menos tiempo. Nos hemos acostumbrado a la velocidad y eso lo extendemos a todos los ámbitos de nuestra vida. Nos ponemos ansiosos si las personas, tanto en nuestros ámbitos laborales como personales, no nos responden a la velocidad que la aplicación nos facilita. No hace muchos años, en el comienzo de la era de internet, era normal que hubiera un lapsus de varias horas y/o días hasta que se respondieran nuestros emails, entre otras cosas porque solo podíamos consultarlos al llegar a nuestra casa o abriendo nuestro portátil en zona de wifi.

La paradoja es que en lugar de “ganar” tiempo mediante el uso de las tecnologías, lo que hemos hecho es llenarnos de más tareas, obligaciones, actividades, citas, etc. No sabemos ralentizar para aprovechar mejor los momentos y aumentar la calidad de nuestra vida. La máxima siempre es más y más rápido.

Surge la necesidad de estar ocupado y/o entretenido en todo momento, ya que es una forma eficiente de evitar las grandes preguntas y/o los problemas más trascendentales. En lugar de preguntarme quién soy, cuál es mi propósito en este mundo, si estoy viviendo la vida que realmente quiero vivir, si están bien las personas que quiero… Todas estas preguntas requieren tiempo, profundidad y reflexión, aparte de incomodarnos y confrontarnos. Es mucho más fácil correr, llenar nuestra agenda con distracciones y lidiar con preguntas más sencillas y simples; como dónde están mis llaves o cuánto tiempo me queda para llegar a mi próxima reunión.

3. Aprender de la tortuga sin convertirse en una.

Cuando hablamos de “ralentizar”, no se trata de hacerlo todo a paso de tortuga, eso es absurdo, ridículo y tedioso. No hablamos de un fundamentalismo de la lentitud. La rapidez-velocidad es necesaria y conveniente en muchos momentos de nuestra vida, más rápido suele ser sinónimo de “mejor”, pero NO SIEMPRE, y ahí está la clave. En este sentido, el credo Slow consiste en hacer las cosas a la velocidad justa, sana y adecuada para cada momento. Hay momentos para ser rápidos, pero hay otros en los que tenemos que ir más despacio, y entre estos polos hay un rango de velocidades y tiempos enorme, y el arte o el superpoder es saber desenvolverse exitosamente en este abanico de ritmos vitales. El Slow es un estilo de vida, un cambio de chip en el que se prima la calidad a la cantidad, poner en valor la calma y la paciencia, evitar el multitasking, poner cariño y atención en lo que hacemos, estar presente en cada momento. Se trata, por encima de cualquier otra consideración, de intentar ser mejores en lo que somos y hacemos, una idea muy sencilla pero muy contracultural y poderosa. Si todos/as fuéramos por el mundo pensando en hacer las cosas lo mejor posible y disfrutarlas más en lugar de hacerlas lo más rápido posible, entonces supondría un cambio radical en nuestras sociedades.

Se trata de dominar la gama de ritmos entre lo lento y lo rápido para aprovechar al máximo la vida y ser felices.

4. Aprende a detectar el virus de la prisa

El cansancio. Estamos en los límites de lo que puede aguantar el cuerpo la mente e incluso el alma. Por lo tanto, si siempre estas cansado/a es una buena señal de que tal vez manos demasiado rápido.

Sensación de superficialidad. Rápido es sinónimo de superficial, donde pasamos por muchos temas, pero sin profundizar, sin llegar a la esencia. Una vez más, para bucear en los temas importantes se requiere de tiempo, pausa y paciencia. Por lo tanto, si tu vida no te llena, puede ser otro indicio.

Problemas de memoria. Si vamos muy rápido y hacemos malabares con 50 tareas a la vez, no hay espacio para procesar lo que estamos viviendo y/o experimentando. Mientras corremos contrarreloj, no se nos pega nada. Todos hemos sufrido esa experiencia de no recordar lo que comimos hace unas horas, o cuál fue la serie que acabaste hace dos días… No es un problema de demencia o de fósforo, es simplemente un exceso de velocidad.

5. Las mejores ideas surgen en la ducha: El Pensamiento Lento.

Hay varios tipos de pensamiento, pero nos ceñiremos a dos categorías: lento y rápido.

Cada uno de ellos tiene su valor, su utilidad y su pertinencia. Así, ambos tipos deben estar presentes en la vida, de lo contrario sería desastroso.

El pensamiento rápido es oportuno cuando nos vemos obligados a reaccionar y tomar decisiones para solucionar problemas inminentes. No obstante, si todas las decisiones de nuestra vida las tomamos rápidamente, el desastre está asegurado. De hecho, el pensamiento rápido, para que sea eficaz requiere momentos de lentitud, ya que la idoneidad de una respuesta rápida está basada en una base de datos que han sido almacenados y contrastados de forma meditada y con tiempo a través de la reflexión pausada y de experiencia vividas en momentos de lentitud. Para ver la solución con rapidez, debemos tener el bagaje de la experiencia y el conocimiento que nos orienten y nos haga más agudos y eficaces. El pensamiento rápido y el lento se retroalimentan y complementan.

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Por lo tanto, la clave está en ser como juglares del tiempo, alternando las velocidades de acción y pensamiento según corresponda.

El pensamiento lento por su parte va de la mano de la creatividad. Hay numerosas investigaciones que apuntan que la puerta a la creatividad se abre cuando nos encontramos en un estado pausado y relajado. Los psicólogos lo han acuñado como el Slow Thinking. ¿Cuándo suelen surgir sus mejores ideas?, la mayoría responde que, en la ducha, en el baño, conduciendo, pasean al perro, o en situaciones donde tenemos que bajar una marcha.

Hay muchas estrategias para cultivar el Slow Thinking y los momentos lentos, desde reducir nuestra agenda, hasta ser consciente y proactivo en la búsqueda de tiempo y espacio de desaceleración, etc. Sin embargo, la herramienta más en boga hoy en día es la meditación; desde el Silicon Valley hasta los colegios más humildes desarrollan programas de meditación, ¿por qué? pues porque funciona; reduce el estrés y aumenta la sensación de calma, aumenta el bienestar y la creatividad entre otras cosas positivas. Hay además otro aspecto interesante de la meditación y es que, con el tiempo, cambia la estructura de nuestro cerebro, aumentando el número de pliegues y más densidad en el cortex, lo que nos permite procesar la información más rápidamente. Y así llegamos a “la deliciosa paradoja de la lentitud”: los/as que ralentizan tienen más capacidad para gestionar el mundo rápido que los que nunca pisan el freno (traped by the fast forward). En definitiva la lentitud es un superpoder en un mundo hiperacelerado.

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6. Cuando «menos es más». El aburrimiento como estimulante de la creatividad

Los adultos vivimos obnubilados por el culto reverencial a un solo tipo (estereotipo) de/l éxito, imponiendo e imponiéndonos un solo camino, una sola definición, cuando en realidad hay infinitas formas de triunfar en la vida, tantas como seres humanos hay en el planeta. Esta visión tan reduccionista del éxito es pobre, dañina y sofocante, una forma de estrangular el desarrollo en todas las edades. No todo el mundo esta hecho para la notoriedad, pero con la actitud correcta, con una niñez pausada y reflexiva, todas las personas pueden encontrar algo grandioso para ellas mismas, esa es la clave.

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Sin embargo la realidad actual es que nuestros hijos tienen una agenda abultadísima y están todo el día corriendo como los adultos. Esto no solo les hace mal, sino que además no tiene ninguna lógica desde el punto de vista evolutivo y del aprendizaje.

Si uno piensa en el dinero, tiempo y energía que estamos invirtiendo en nuestros hijos, deberíamos estar viendo la generación más sana y brillante de todos los tiempo, sin embargo todos somos testigos de que no es así. Estamos delante de la generación más obesa de todos los tiempos, los atletas se rompen mucho antes porque hemos profesionalizado los deportes infantiles y sus cuerpos no lo pueden aguantar, y al cuerpo le sigue la mente; la ansiedad, la depresión, la autolesión, la bulimia-anorexia, abuso de drogas, los suicidios,etc. Y en aumento.. Vemos también la vanguardia de esta generación hiperacelerada que ha crecido en una olla a presión, que ahora están saliendo del nido para lanzarse al mundo, y no pueden. Han pasado toda su niñez siguiendo una agenda, sin tiempo para desarrollar esas herramientas mentales, esa resiliencia, esa fuerza interior, y al llegar a la universidad están teniendo problemas emocionales en números récord.

La ciencia dice que, en los momentos en los que los niños, van a su ritmo, a su antojo, de juego puro, de exploración libre y curiosidad, cuando su cerebro está en llamas y desarrollándose de una forma que mil horas de “tutoring” o deberes no conseguirían. Sin embargo, seguimos viendo esos momentos imprescindibles en el desarrollo del niño/as como pérdidas de tiempo. Una respuesta a esta situación puede ser el “slow parenting”, la cual no plantea la infancia como una utopía sin nada que hacer y sin estructura, ya que los niños necesitan del orden, la estructura y la disciplina, también de algo de presión y competición, pero las necesitan en la buena dosis, dejando tiempo para explorar el mundo a su ritmo, a correr riesgos razonables, a fracasar y caer y tener el tiempo para analizarlo y aprender, y especialmente, necesita espacio para aburrirse. Le tenemos tanto miedo al aburrimiento que hemos perdido perspectiva sobre el asunto. Desde principio de los tiempos, cuando un niño decía “me aburro”, era un problema del niño, y era él el que tenía que tirar de imaginación para llenar el tiempo. Pero ¿ qué pasa hoy cuando un niño dice que se aburre ?, pues que se convierte en un problema para los padres, en un fracaso para los progenitores… Muy al contrario hay que dejar que florezca el aburrimiento, porque el aburrimiento es el trampolín hacia la creatividad, y son en esos momentos no estructurados, sin reloj, sin agenda, sin evaluación y tampoco sin fotos y videos, sin saber lo que viene después,  cuando aprendemos a pensar y a reflexionar, a usar la imaginación, a socializarse y también a mirarse hacia adentro.

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7. Conciliar la tecnología y la lentitud.

En cuanto al papel de la tecnología, creo que los aparatos tecnológicos son fantásticos, pero deberían tener un botón rojo para usarlos con más calma y de manera más equilibrada. Se hizo un estudio sobre el uso de los móviles que descubrió que el usuario promedio de smartphone toca la pantalla de media 2.617 veces al día, y el top 10% supera las 5.000 veces, y eso es mucho tocar. Esta cultura de la distracción inacabable, hace daño a las familias, a las relaciones y al propio usuario; estamos junto pero más solos que nunca.

Finalmente, hablamos de la necesidad y la belleza de estar conectados y juntos, pero en igual medida necesitamos estar solos de vez en cuando, y cuando hablamos de estar solos nos referimos a una soledad pura, genuina y absoluta, que es una práctica perdida en nuestra cultura. Cuando “nos toca” estar solos, en el metro, en el bus, etc, evitamos la soledad sacando el móvil. Eso nos quita algo muy valioso e imprescindible que es el encuentro con nosotros mismos, otra piedra angular en el desarrollo y la vida misma, ya que no podemos dar nada de nosotros mismos a los demás si no hemos hecho nuestros “deberes” personales, emocionales, metafísicas,etc. Sin momentos de soledad no podemos recargar las pilas, reflexionar y entrar en el pensamiento lento: “Reflexionar en lugar de reaccionar”.

8. De la teoría a la práctica: Actividades para ralentizar la vida.

En el ámbito familiar:

  • Cortar/reducir la agenda de actividades y disponer de reuniones periódicas para hablar de la agenda.
  • Recuperar la cena/comida familiar, ese acontecimiento cotidiano y de todos los tiempos donde padres e hijos se sientas para compartir sin móviles, dispositivos o distracciones que interfieran el encuentro y el diálogo. Se propician las habilidades sociales, debatir, escuchar, argumentar, lidiar con silencios incómodos… Las habilidades sociales son la piedra angular sobre la que se sustenta gran parte del éxito en la vida, la felicidad y el éxito. Además, estudios apuntan a que beneficia el desarrollo de los menores desarrollando un mayor equilibrio mental y emocional.
  • Poner un rompecabezas en un lugar comunal de la casa para que la gente se encuentre y comparte una actividad conjunta, a veces dialogando y otras en completo silencio. Es una actividad que no podemos acelerar, de hecho el placer se encuentra en su lentitud. Es un ejercicio meditativo, con un lado táctil, visual, creativo… Tanto es así que el rompecabezas se convierte en un santuario, en un imán de zen dentro de las familias. Las horas que pasa la familia en torno al rompecabezas, solos o acompañados, se convierten en momentos para toda la vida. Nadie que se encuentre en su lecho de muerte tendrá el remordimiento por no haber pasado más tiempo en Instagram…

En el ámbito profesional/educativo:

Técnicas para aplicar en reuniones, grupos, encuentros, clases, seminarios:

  • La regla del minuto. Antes de comenzar arrancar con 1 o 2 minutos es silencio, para bajar una marcha y sosegarnos.
  • La regla de los 5 minutos. Después de lanzar una pregunta, esperar 5 minutos antes de empezar a responder. Favorece la reflexión pausada, preparar los argumentos y, una vez se reanuda el debate, es mucho más fácil que intervengan todos/as, incluso las personas menos extrovertidas o rápidas.
  • Tomar notas a mano. Estudios indican que tomar notas a lápiz y papel favorecen el procesamiento de la información y su aprendizaje. Cuando esto se hace directamente en un teclado y/o pantalla, la información entre tan rápidamente que no se fija de igual forma. “Adoptamos la técnica más lenta para hacer las cosas mejor”.

Al reconectar con nuestra tortuga interior mejoramos nuestra vida, nuestra salud, somos más feliz, más productivos, etc. pero por encima de todo, mejoramos nuestras relaciones sociales, algo tremendamente fundamental para poder disfrutar de una vida plena. Cuando estamos con alguien simplemente disponemos del tiempo y el espacio para estar presente en cuerpo y alma.

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